miércoles, 11 de enero de 2012

Cómo conocí al niño perfecto.

Querido niño perfecto:
Recuerdo verte por primera vez hace ya algo más de un año. Si te soy sincera, no me fijé demasiado en ti. Viniste junto a un amigo, y mientras él hablaba, tú mirabas avergonzado al suelo. Os tuvisteis que ir, y te despediste sin siquiera mirarme a la cara. Desde aquel encuentro pasaron varios meses. El chico que iba contigo, tu mejor amigo, me hablaba mucho de ti, decía que eras el mejor. Yo me reía mientras comentaba que ni siquiera te habías atrevido a mirarme. Verdaderamente aunque me hablara de ti casi cada día, nunca me acababa de fijar en tu persona, estaba más ocupada enamorándome de capullos. Siguieron pasando los meses hasta que llegó el verano. Esto sí que lo recuerdo perfectamente, el cómo llegamos a hablar de verdad. Tu mejor amigo, con el que te vi, subió una foto. No me preguntes por qué, comenté. Y me agregaste. Y te abrí conversación al día siguiente, con una patética excusa, para hablar contigo. Sé que no te lo creerías si te lo contara, pero es verdad, sólo pretendía que te dieras cuenta de que podías hablar conmigo. Ya que estoy siendo sincera te confieso que me estuve los días siguientes pensando excusas para hablarte, casi por cualquier cosa, yo te preguntaba. Pero nada. Eras gracioso, amable y majo, pero no pasaba de ahí. Aunque reconozco que me encantabas un poquito. Llegó un momento que me cansé de hablarte, de que nunca me siguieras hablando, de que podía estarme días sin hablarte y tu sin inmutarte. Sí, lo sé, es normal que fuera indiferente para ti, pero entiende que dolía. Así que te dejé en paz. Así pasaron unos dos meses, hasta finales de Septiembre. Coincidí contigo en una fiesta. Habías crecido muchísimo, ¡pero si casi me sacabas una cabeza! Te miré y te saludé. Sonrío al recordar que, exactamente como la primera vez que te vi, miraste al suelo mientras murmurabas un Hola. Reconozco que no tengo vergüenza, por lo que me acerqué más y te conté, no sé exactamente qué, mientras tu sonreías mirando al suelo, siempre al suelo. Confieso que me encantaste un poquito más. Esa noche te hablé. Y, por primera vez, seguiste hablando tú, sacaste tema tú. Me contaste cuántas chicas se te habían insinuado, decías que no te lo creías. Yo no sabía si reír o llorar, reír por tu inocencia, ¿quién no iba a querer algo contigo? o llorar por tu éxito. Fue cuando me contaste que habías rechazado a todas, que querías una chica de verdad. Ahí, bueno... ya me encantaste. Y llegó Octubre... y una semana maravillosa. Salí toda esa semana junto a nuestro querido amigo en común y más gente, y toda esa semana estuve con vosotros. Si te acuerdas, sinceramente yo sólo te hablaba a ti. Eras tan... perfecto. Incluso más de lo que yo pensaba. Nos hicimos muy amigos, y empezaste a confiar en mi. Tanto, que me contaste quién te gustaba. Me partiste el corazón. Pero, aun así, pegué cuidadosamente los cachitos y te ayudé con ella. Y salisteis. Fue una época horrible, pero cortasteis, y yo seguía a tu lado, ayudando a superarlo. De ahí ya la confianza incrementó... hasta que un día, en broma, te llamé mejor amigo. Y me devolviste la broma. Y la broma fue a más y a más, hasta que... fue una realidad. Acabé siendo tu mejor amiga. Y sigo siéndolo. Y ahora tengo que aguantar todos los líos que tienes con cada una de las chicas, y ante todo, fingir que me alegro por ti. Que sepas que ninguna de ellas te querrá nunca como yo.
Te amo,
Yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario