jueves, 24 de febrero de 2011

Pagar dinero por un cacho de felicidad.

Debían de ser alrededor de las tres de la mañana. Había sido un sábado bestial. Lleno de luces, risas, fiesta y más fiesta. Los jóvenes apenan recordaban nada, las farolas estaban apagadas. El humo del cigarro todavía se respiraba por las calles. Apenas se tenían en pie, y se reían de forma casi diabólica. Iban cantando algo. Pero había alguien, entre aquella multitud, que no se reía, que no cantaba. Me acerqué a verla mejor. La raya se le había corrido a causa de las lágrimas y parecía el burdo maquillaje de un payaso. Tenía los ojos rojos y la mirada perdida. Antaño podría haber sido una joven perfectamente normal, hoy no lo era. 'Por qué lloras?' le pregunté, y ella me envió un cruel reflejo de lo que el amor es capaz de hacer. Movía la boca al mismo compás que yo, como intentando decirme algo. '¿Esto te lo ha hecho el amor?' volví a intentar entablar conversacion con ella. No asintió, pero su dura imagen daba a entender que sí. El amor... qué duro, qué capullo puede llegar a ser, haciéndote morir por dentro. Pobre chica, daba verdadera pena. Las botellas de vodka vacías decoraban las suelas callejuelas. Todos los jóvenes comenzaron a despertar de su feliz estancia mientras se alejaban hacia sus casas. Uno de ellos paró, delante de la chica de ojos rojos. La miró con cara de pena y se fue moviendo la cabeza de un lado a otro. Observé mejor a la joven, y pude ver los rastros de cuando alguien había sonreído mucho antes. Pobrecita, pensé. De pronto, se me cayó el mundo encima. Entendí de golpe por qué la joven no me hablaba, ni siquiera me ayudaba a entender qué era lo sucecido, por qué sólo me miraba con cara de pena mientras movía sus labios al compás de los míos.
Aquel espejo me dio un golpe bajo mientras me enviaba aquel cruel reflejo.

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