miércoles, 31 de agosto de 2011

Rutina.

Llevaba ya dos horas. No se conectaba, pero tú te morías por hablar con él. Así que seguías esperando, esperando, siempre esperando. Te sabías sus horarios de memoria, ¡tiene que conectarse ya! Y lo hace. Siguiendo su rito, lo hace. Él se ha conectado. Haces lo de siempre, abres su ventana, la minimizas y esperas. Te llaman a comer. Joder, qué oportunos, ¿verdad? Pero vas, comes a toda ostia, con el cacho de pan todavía en la boca vuelves. Él sigue ahí. Menos mal. Continúas esperando. Y entonces, se va. Es hora de llorar pequeña, es hora de llorar... porque hoy no te ha hablado, hoy para él no has existido, hoy no se ha acordado de ti. Y lloras amargamente, hundiéndote en un mar de lágrimas. Y así pasas 10 minutos, entre lágrimas y ojos rojos, hasta que otra vez vuelve. Tus lágrimas se calman, tus ojos vuelven a su color normal. Pasa un rato, sigue sin hablarte, pero ya no te importa tanto, porque está ahí... Hasta que oyes el sonido de cuando alguien te habla. Ni abres la página, porque será otro pesado aburrido. Pero el nombre aparece en la barra de tareas. Es él. Y para qué continuar la historia, si ya se sabe lo que pasará, te hablará, serás feliz, se irá y volverás a llorar. Y así todos los días...

No hay comentarios:

Publicar un comentario